Tlaxcala se extiende desde la cima volcánica de la Malinche hasta los fértiles valles que alguna vez fueron lagos de agua cristalina, en los que se reflejaban las cumbres congeladas de la Sierra Nevada.
Su tierra vestida de bosques, pastizales, milpas y árboles frutales ha sido escenario de grandes momentos en nuestra historia, lo que le ha valido el apodo de “Cuna de la Nación”.
Templos y palacios surgen del suelo salpicado de magueyes y sus muros de piedra guardan la memoria de los grandes señoríos que reinaban antes de la conquista. En Cacaxtla se pueden ver murales coloridos que narran historias de batallas y en lo más alto del Cerro Xochitécatl aún se siente la presencia de los dioses antiguos que habitan en monumentos monolíticos.
Los españoles trajeron un nuevo Dios y a él también le construyeron templos, iglesias y conventos de cantera cuyas fachadas labradas con ángeles decoran las calles de pintorescos pueblos coloniales. Humantla, pueblo mágico, presume capillas y conventos embellecidos con arte sacro y cerca de la cascada de Atilhuetzia se alza la torre más antigua de Latinoamérica. En Tlaxcala, la capital, la catedral de techumbre adornada al estilo mudéjar observa el paso del tiempo desde el siglo XVI.
Oculto en este territorio antiguo el nuevo Val’quirico narra historias diferentes, no muy lejos de haciendas pulqueras que se construyeron en otros tiempos en Tlaxcala. Este lugar ofrece un espectáculo poco común en nuestro México; sus callejones de piedra y adobe al estilo medieval parecen sacadas de un cuento de hadas y en la plaza rodeada de restaurantes que ofrecen comida deliciosa suenan las alegres melodías de músicos que tocan en vivo. Aunque existe desde hace poco tiempo, sus bellos rincones y el ambiente cálido y alegre han hecho de este pueblo un destino favorito para viajeros y exploradores de todo tipo.