Por Alejandra Zorrilla
Imaginen que entramos silenciosos a la zona arqueológica de Palenque. El antiguo lugar sagrado que guarda la mirada profunda de los pobladores que han compartido por siglos esta selva vertiginosa.
Nos sentimos parte de este verde y húmedo hogar en que cohabitan cientos de aves, monos, jaguares, tortugas, venados y animales de ojos curiosos, que personifican a los espíritus y deidades que rondan el entorno sensual que nos rodea.
La majestuosa arquitectura del sitio, devorada de pronto por la voraz vegetación, hace apenas tangibles los ritos, rituales y creencias que quedaron plasmados en la historia del Gran Palacio y el Templo de La Cruz Foliada.
Escuchamos el canto de las cascadas y el rugido de los árboles que se cimbran, que se comen, que renacen y se enredan con los años que aquí no pasan, sino se quedan.
Subimos las escalinatas del Templo de las Inscripciones, por las que pasearon algún día los sacerdotes y gobernantes que construyeron alianzas con la vida de todas las vidas, con el tiempo de todos los tiempos, con el espíritu de la naturaleza y de todas las naturalezas.
Resonamos imaginando la sorpresa del famoso arqueólogo Alberto Ruz que descubrió la célebre tumba del rey Pakal que se esconde bajo nuestros pasos. Recordamos en sus relatos la lápida labrada y la osamenta cubierta de cinabrio y la máscara de jade y el asombro y los collares y los brazaletes que llevaba puesto el monarca para pasar al mundo de los que nunca mueren .
Al bajar nos saludamos con un artesano que juega cartas y vende aretes zoomorfos de piel pintada. Contento de vernos contentos, él nos platica sobre el mito de la creación y los gemelos Hunahpú y Xbalanqué, quienes desafiaron a los dioses de Xibalbá. Imaginamos juntos la algarabía y la magia que habrán vivido esas mismas piedras que se presentan atemporales en cada recoveco del sitio arqueológico que nos acerca a la historia de los antiguos constructores mayas.
Para ir a los rincones más profundos de Palenque y explorar los secretos de los templos menos visitados y los arroyos que riegan la selva, pensamos en quedarnos por más de un día y regalarnos un momento para resonar con la flexibilidad de los arcos y las flechas de los lacandones, que recorren los caminos sin detenerse a pensar que eso que a veces se sucede se llama lapso, y eso que siempre se intuye se llama vida…